Por Dardo Juan Calderón.
¡ALEGRAOS! Nos pide la liturgia este domingo, y refuerza el
mandato de ¡alegría! un joven curita que desde La Reja nos incluye en su Misa.
En ese momento en que rebusco la paz por tantos míos que se
encuentran lejos, que correrán peligros por caridad, ya sea en sus funciones de
apostolado o por parir nuevos fieles para el Señor, me llega en el móvil,
destemplando mi soleada mañana de provincia, un grito de soledad, angustia y
desafío, muy propio de aquellos buenos católicos a los que la iglesia del
Vaticano II ha ido dejando huérfanos y exiliados; que aun cuando cala muy hondo
en mi corazón de amigo, pinta un drama que no es el mío y al que no siento como
propio.
Transcribo para ustedes el eslogan (slow gun = grito de
guerra) que en pocos párrafos azota las conciencias culposas de estar siendo
cobardes:
¡QUEREMOS IR A MISA!*
No sé quiénes son los arrebañados acríticos y serviles, que se ponen de
acuerdo para aplaudir gritando "¡quedate en casa!". Pero sé algo:
mañana, domingo, a las 11 hs, deberíamos asomarnos a lo que fuere -balcón,
terraza, ventana, almena, ojiva, parapeto o rosetón- y gritar a voz en cuello:
"¡QUEREMOS IR A MISA!". Si el COVID 19 quiere venir, que venga. Es
preferible morir por comulgar a Cristo, a la vera del Sagrario, que debajo de
un respirador municipal y tóxico. No te quedes en casa cumpliendo la cuarentena
de un gobierno asesino y tiránico. Camina confiado hasta la iglesia “de proximidad”,
repitiendo esta jaculatoria: Señor, quédate con nosotros.
Como suele suceder cuando no se han tomado las decisiones prácticas, heroicas,
oportunas y valientes, quedan por hacerse nada más que los gestos simbólicos
con los que nada se gana, pero que sirven por lo menos para descargar la
conciencia y poder mirarnos al espejo. Nos
entristece decirles que no hay “iglesias de proximidad” que los esperen, ni que
los reconozcan, que el lobo ha dispersado a sus pastores, y que ese grito
desgarrante de “QUEREMOS IR A MISA” debió haberse gritado hace casi sesenta
años frente al indigno conciliábulo de los apóstatas, y frente a ese maldito
virus del “humanismo” haber dispuesto los remedios adecuados y orgánicos para
resguardar la Gracia de los Sacramentos
Que los fieles de la FSSPX nos gloriamos de estar
arrebañados y serviles a nuestros Sacerdotes, porque un Obispo Santo, que era
un Buen Pastor, escuchó ya hace mucho aquel grito dramático que proferimos ¡QUEREMOS
IR A MISA! y nos preservó la liturgia y nos proveyó de Pastores, tomando las
medidas prácticas oportunas y necesarias, aún bajo riesgo seguro de ser
excomulgado, calumniado por sus pares y confrontado de inoportuno por quienes
hoy no tienen a donde recurrir.
Que esos Pastores que rondan estos rebaños, que sabemos
fieles, sacrificados y heroicos, no nos dejarán sin sacramentos en estas
circunstancias, ni a nosotros, ni a quienes no siendo de su rebaño, los llamen
desde su orfandad. Circunstancias que ya sean ajustadas o fraudulentas, tendrán
de parte de nuestros Sacerdotes la respuesta de la paloma y de la serpiente, ya
para llevar mansamente la tranquilidad a los fieles, ya para no caer en las
astucias de los malos que quieren vernos –desencajados o románticos- dejar caer
imprudentemente los puentes de nuestros fortines.
Las respuestas católicas deben ser siempre orgánicas y
jerárquicas, nos lo enseñó Monseñor Lefebvre, para eso tenemos un Gran Jefe, un
Gran Rey, que como mayor bien nos dejó su Iglesia y en ella su Sacerdocio que
es Él mismo. De nada sirven las patriadas ni las patrullas perdidas, que cuando
llegue el final no nos debe encontrar solos, sino en primera línea la familia
bajo el estandarte de la Cruz en manos de un Cura.
Es más ahora que nunca oportuno al acuciante grito… el gran eslogan:
¡SEÑOR DANOS SACERDOTES! ¡SEÑOR DANOS SANTOS SACERDOTES!
Que la Misa nos vendrá por añadidura.