Por Dardo Juan Calderón.
Cuando el incendio de Roma, allá por el 64, pleno verano,
muchas fueron las versiones que buscaron un culpable del mismo. Resultan tan
improbables las que achacan el incendio a Nerón, como las que lo achacaban a
los Cristianos, pero en el siguiente texto de Tácito tenemos la descripción del
desenlace :
“… para
librarse de la acusación [de haber quemado Roma], Nerón buscó rápidamente un
culpable, e infringió las más exquisitas torturas sobre un grupo odiado por sus
abominaciones, que el populacho llama cristianos. Cristo, de quien toman el
nombre, sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de
uno de nuestros procuradores, Poncio Pilatos, y esta dañina superstición, de
tal modo sofocada por el momento, resurgió no sólo en Judea, fuente primigenia
del mal, sino también en Roma, donde todos los vicios y los males del mundo
hallan su centro y se hacen populares. Por consiguiente, se arrestaron
primeramente a todos aquellos que se declararon culpables; entonces, con la
información que dieron, una inmensa multitud fue presa, no tanto por el crimen
de haber incendiado la ciudad como por su odio contra la humanidad. Todo tipo
de mofas se unieron a sus ejecuciones. Cubiertos con pellejos de bestias,
fueron despedazados por perros y perecieron, o fueron crucificados, o
condenados a la hoguera y quemados para servir de iluminación nocturna, cuando
el día hubiera acabado”.