miércoles, 25 de marzo de 2020

De quien es la culpa?  
Por Dardo Luis Calderón (h)
La búsqueda implacable de culpables — Improva Consulting ...

“…En épocas más orgánicas tal cosa …(nuestra felicidad)…dependía de la actitud espiritual asumida por el individuo frente a las vicisitudes de la suerte. La paz interior era algo personal, el resultado de un esfuerzo que hacía cada hombre sobre si mismo. Hoy todo parece depender de medidas de gobierno y está supeditado a los cambios que se introduzcan en al aparato político” (Rubén Calderón Bouchet- “El Espíritu del Capitalismo”)          


Tengo un viejo conocido que a menudo repite con un dejo de ironía una máxima que expresa lo que hoy se ha transformado en un mecanismo de defensa psicológico para evadir la propia responsabilidad: “un problema está solucionado cuando encuentras a quien echarle la culpa.”
La disyuntiva parece simple: o la culpa la tengo yo y, entonces, tengo a mi alcance medios para remediar en alguna medida la situación, aunque más no sea con un acto reparador, o la culpa la tiene otro y entonces lo más adecuado es acusarlo, gritarle, insultarlo y, para salvaguardar mi inocencia, quejarme todo lo posible por el hecho de tener que sufrir males que no he causado.
 Escucho a diario las quejas y lamentaciones por la cuarentena impuesta por las autoridades, obligando a las personas a permanecer encerrados en sus habitáculos (que no todos son hogares por desgracia).Se dice que es un ejercicio de control global e ingeniería social, una mentira impuesta coactivamente para coartar nuestra libertad en nombre de la salubridad pública y hasta un castigo de Dios por la infidelidad y los pecados públicos de nuestras autoridades civiles y eclesiásticas. Y la verdad es que todo esto puede ser, pero lo importante a los efectos prácticos es procurar entender qué solución puede dar cada uno de nosotros, supuesto, claro está, que reconozcamos tener algo de culpa.
Como primera medida, y siguiendo lo que entiendo ser una sana concepción de la autoridad, la imposición de la forzada cuarentena es una medida que no resulta ser mejor ni peor que muchas otras. Los médicos que conozco dicen que es lo único que se puede hacer ante el virus y teniendo en cuenta las condiciones y posibilidades propias de nuestro País. En todo caso, aun si consideráramos que el mandato es claramente ilegitimo en sí mismo (cosa que en el presente caso ceo que no ocurre)  o que las autoridades que lo imponen sean manifiesta y públicamente deshonestas (cosa que ocurre con el 99% de los mandatos de las autoridades actuales del mundo), lo cierto es que no queda otra que tolerarlo y soportarlo si no tengo los recursos para derogarlo o deponer las autoridades sin causar mayor mal.
¿Es todo esto un ejercicio de control global o una acción de ingeniería social a escala mundial orquestado por quienes quieren imponer el llamado NOM ? Puede ser, y lo cierto es que hay muchas cosas que resultan cuando menos sospechosas en este sentido. Que el virus tenga consecuencias mortales especialmente en personas mayores de 60 años con enfermedades preexistentes es bastante significativo. Un análisis económico frio indica que son las personas que empiezan a convertirse en una carga social improductiva cuya solución más lógica es la eliminación. Si el hombre tiene valor en la medida de lo que produce, cuando gasta más de lo que genera debe ser eliminado y el virus es una excelente manera de que parezca un accidente. Será también cosa curiosa e interesante ver de dónde y de quién viene la solución económica que se vaya a dar a la recesión mundial generada por la pandemia. Señalan algunos  como dato la tendencia que se va a generar en dirección a la supresión de las monedas físicas en pos del comercio electrónico que resulta de más fácil control. Y así podríamos seguir considerando hechos, indicios y elucubraciones en un ejercicio cuya importancia real no pasa del mero pasatiempo, ya que sabíamos desde el principio que todo el orden mundial va tarde o temprano al gobierno del Anticristo y lo único importante que esto anuncia es el triunfo final de Cristo en su segunda venida, cosa que ninguna acción humana va a poder impedir.                                    
 ¿Es esta pandemia y su consecuente cuarentena una gran mentira montada  para coartar nuestra libertad y derechos? La enfermedad existe, hay gente que muere a causa de ella y muchos que requieren de atención hospitalaria, ese hecho es objetivo y comprobable. Que haya exageración en las cifras  o en las reacciones es posible; con qué motivo o propósito? No lo sabemos. Lo que extraña y hasta emociona es pensar que muchos creían que hace poco más de una semana, antes de la cuarentena, eran más libres porque podían perder el tiempo en cualquier lado, comprar cosas que no necesitan, quemar litros y litros de combustible en viajes absurdos, hacer turismo, ir a un club y otros tantos etcéteras que constituirían una lista interminable de cosas sin mucho sentido. Se indignan también por estar siendo víctimas de una gran mentira y podríamos pensar ¿no es acaso el sistema capitalista una construcción basada en un cúmulo de mentiras cómodas para los beneficiarios y crueles para las víctimas? ¿no vivimos a diario inmersos y, muchas veces, obteniendo no pocos beneficios, en un sistema financiero que es una de las mentiras y esclavitudes más grandes de la historia? ¿no ocupamos acaso cargos y dignidades en un sistema democrático que es la mentira misma por definición?¿no somos acaso profesores o alumnos de centros educativos y universidades que son una de las mayores estafas y engaños de las que pueda ser víctima una persona? ¿no utilizamos ni nos valemos acaso todos de un sistema jurídico que se asienta en una ficción llamada Constitución?. Y sin embargo no se escuchan quejas y gritos lastimeros a diario, pues parece que la mentira nos es tan perversa allí en donde me beneficia y se ajusta a mi bienestar. ¿Quieren promover la rebelión para terminar con la mentira aún a riesgo de su vida y libertad? Pues bien, sean consecuentes, no sólo rompan la cuarentena (que si es mentira es la menor de ellas) sino también renuncien a sus cargos o trabajos en el Estado, demuelan las Universidades, lávense el trasero con las decisiones de los jueces, dinamiten los Tribunales, renuncien a invocar el derecho positivo, destruyan las chequeras y tarjetas de crédito, incendien los bancos ( o por lo menos dejen de usar sus servicios), pongan una bomba en el Congreso y, si aún no los atrapan luego de todo eso, maten al Presidente y a todos los Diputados y Senadores que puedan. Pero parece que no es esa la actitud y así nos lo muestra Cristo en su Pasión, un muestrario insuperables de personajes viles, inmorales y cobardes investidos de una autoridad a la que Cristo podría haber desobedecido y borrado de un plumazo, y sin embargo se sometió.
¿Es esta epidemia un castigo del Cielo por la apostasía, la contranatura, los escándalos y la manifiesta infidelidad de las autoridades de todo orden? Es más que probable si consideramos que Dios gobierna el universo y nada ocurre que no esté en su voluntad omnipotente y de hecho ésta hipótesis no excluye las anteriores porque Dios pueden estar sirviéndose de los malos para infringir el castigo.   Pero creo que es aquí donde nuestra atención debe detenerse ante el atisbo del misterio que implica la infinita misericordia de Dios. El verdadero y particular castigo en todo esto que nos ocurre no es ni la muerte ni la enfermedad (que son consecuencias directas del pecado original y nos van a ocurrir con o sin coronavirus) y mucho menos el confinamiento en los hogares (basta ver dos o tres historias de personas que vivieron las guerras mundiales sin tener qué dar de comer a sus hijos para avergonzarnos de nuestras quejas de niña malcriada que sufre por estar en casa unas semanas), sino la imposibilidad de ir a Misa y recibir los Sacramentos, imposibilidad agravada por el tiempo litúrgico en que esto ocurre. Pero si es ese el castigo y de verdad lo sufrimos tanto como decimos (cosa que al parecer no ocurre cuando nos vamos de vacaciones) ¿no resulta desconcertante el pensar quienes son los castigados? Desde ya que no son víctimas del castigo ni los líderes de la Masonería que quieren imponer el NOM, para quienes la Misa y los Sacramentos son objeto de odio y desprecio. Tampoco lo son la mayoría de las autoridades, para quienes esto es un problema menor que el de no poder concurrir al supermercado o a la ferretería; no iban a Misa antes del virus, tampoco lo harán después. En la misma situación están los pecadores públicos y causantes de escándalos, de los cuales la mayoría son jóvenes y/o gente con dinero para acceder a buenos hospitales, por lo que probablemente el tema no pase para ellos de un catarro. No veo que esté sufriendo mucho el Papa, quien lleva años demostrando que para él la Misa y los Sacramentos son cosas vanas, y quizás esta pandemia, verdadera o falsa, le dé una inmejorable oportunidad para profundizar las reformas queridas por el CVII en la Iglesia demostrando que la humanidad puede hermanarse superando problemas con un trabajo solidario que no conoce de diferencias ni ritos religiosos. 
 ¿Quiénes son entonces los castigados? Pues somos nosotros, todos aquellos que vamos a Misa y queremos recibir los Sacramentos. Y llegados a este punto no nos queda sino preguntarnos ¿no tendremos alguna culpa para merecer tan particular castigo? Cada uno se juzgará en conciencia, pero en lo personal estoy convencido de que la respuesta es sí. Que Dios en su misericordia nos quiere mostrar que no estamos dando la importancia debida al Bien del que ahora nos priva para hacernos sentir su falta. Sin miedo al sincericidio tratemos de contestar ¿sabemos realmente lo que una Misa vale y significa? ¿Cuántos de nosotros nos tomamos el tiempo para preparar la Misa del Domingo y recibir con mayor fruto a Cristo Sacramentado? ¿Cuántas veces pudimos asistir a Misa entre semana  y no lo hicimos? ¿Quiénes concurren a Misa en las fiestas litúrgicas que no son de estricto precepto (del cual, paradójicamente, ahora estamos dispensados)?  ¿cuántas Misas enteras nos pasamos pensando estupideces sin reparar en que a nuestros ojos estaba ocurriendo un milagro? Y yendo al presente del tiempo litúrgico ¿cuántas Cuaresmas nos hemos pasado sin cambiar ni un poco nuestro modo de vida, sin hacer ningún sacrificio especial más que los pocos ayunos que prescribe como obligatorios la ley de la Iglesia? ¿Cuantas Semanas Santas aprovechamos con toda nuestra posibilidad las funciones litúrgicas que Dios ponía a nuestro alcance? ¿Cuántas veces pudimos confesarnos y no lo hicimos, manteniendo voluntariamente alejado a Cristo de nuestras almas y despreciando su amistad? ¿es realmente una preocupación en nuestras vidas el hacer de la Misa el centro de todo? 
Como todo castigo que Dios impone, la situación que estamos viviendo no es más que una muestra de su inmensa misericordia que nos da la oportunidad de obtener algo mejor, de sacudirnos del letargo que nos hacía pensar hace una par de semanas que todo estaba más o menos bien, que nosotros éramos buenos católicos y  que dábamos a Dios el lugar que merece en nuestras vidas. Sólo si advertimos que los únicos culpables de no poder ir a Misa somos nosotros y llevamos con paciencia y verdadero dolor ésta privación, es posible que Cristo se apiade y allane los obstáculos. No es a los gobernantes a quienes debemos gritarles que queremos ir Misa, es a Cristo a quien debemos pedirle, en el silencio de nuestros corazones lacerados por el dolor de su ausencia, que nos de la fortaleza para, de aquí en adelante, procurar hacer de su Sacrificio lo más importante de nuestra existencia.  
Como la Peste de Camus este virus pasará y las gentes del mundo festejarán, olvidarán rápidamente a sus muertos y procurarán recomponer su situación y regresar a sus ocupaciones intentando volver a ser los mismos. Quiera Dios que no nos pase lo mismo a nosotros.