lunes, 16 de marzo de 2020

LA IGLESIA EN EL MAELSTROM IV

 La cruz en el Maelstrom

9.- Temeridad pastoral.— El lobo muda el pelo, pero no el celo, dice un refrán castellano. Quien, para actualizarse, pretenda ser pastor de lobos, debería saberlo.
Lo dice también Eclesiastés 3, 27, y el Quijote I, 20: quien busca el peligro perece en él; porque, como recuerda otra paremia, muda el lobo los dientes, mas no las mientes
Los depredadores, mientras lo sean, no se pueden pastorear, por muy buena intención y simpatía que se tenga; pueden poner en peligro al rebaño y al propio pastor.
Es lo que pasa con el numen moderno, que tiene instinto de caza, de subversión, de insaciable subjetivismo, siempre reclamante y contrarreclamante, como diría Turgot; que no se puede pastorear mientras sea axiológicamente moderno.
Porque el genio de las revoluciones no puede transmutarse en principio de estabilidad. Tratar al lobo como oveja es temeridad.
Con mucha razón, en El progresismo cristiano, avisa el P. Meinvielle: 
«Si la civilización moderna envuelve la autonomía absoluta del hombre frente a Dios, es harto claro que la Iglesia no puede reconciliarse con ella. Y no se crea que esto podría ser verdad del pasado que ha perdido todo vigor. Al contrario.» 
 
10.- La quimera progresista.—  Lo advierte Castellani en Domingueras prédicas:
«Hay un ERROR muy difundido hoy día, que está también en este filósofo Troeltsch, de que todo paso de la Humanidad es un progreso; es decir que toda cosa nueva es mejor que las antiguas por ser nueva, o sea que la Humanidad progresa siempre necesariamente y unilateralmente, en línea recta. Es un error.» 
El progresismo católico cree en el error del progreso. Por eso no soporta su antítesis, que es la filosofía y la teología de Santo Tomás; en cuanto tiene, sobre todo, de estabilidad, de compendio heredado, de philosohia perennis, de Veterum sapientia.Temeridad mayúscula es saltarse la razón católica. Porque habitamos la era del tiempo subjetivo de Bergson, la era de los titanes, del ultrahombre cósmico chardiniano, la Era del Maelstrom.
 
11.- La locura del mutantismo.— Esta obsesión por el cambio no es sólo por el movimiento mismo, sino contra la quietud. Es un querer la búsqueda pero no el hallazgo, la duda pero no la verdad, el tiempo pero no el espacio, los procesos pero no los resultados. Constructivismo líquido: todo paso en falso del discente pretende ser progreso. La libertad constructivista es libertad de mutación.
La civilización nominalista, sometida al torrente del devenir, no avanza en sentido cristiano, sino anticristiano. La atomización social, contra la cual advierte Caturelli en Liberalismo y apostasía, comienza con la pulverización del conocimiento. Por eso lo absurdo de una pastoral movilista, que quiera introducir en la Revelación el ethos torrencial de la revolución. Porque, como observa el P. Meinvielle:
«el progresismo cristiano se equivoca sobre todo en preconizar la alianza del cristianismo con la civilización moderna. Esta actitud le lleva por tanto, a aliarse ayer con el liberalismo y hoy con el comunismo. Debajo de todo esto hay un error fundamental, que consiste en asignar un movimiento necesariamente progresivo al curso de la historia y por lo mismo a la historia moderna que se desenvuelve desde el Renacimiento hasta ahora.»
 
12.- La cruz clavada en el Maelstrom.— Es posible una revitalización, una nueva salud, una pax romana en la mente católica. Es posible una restauración del clasicismo cristiano, del espíritu áureo del cristianismo.
Vendrá de la cruz de Cristo, de la Transustanciación, de la metafísica; del derecho natural, de la purificación del entendimiento, de la ascética y la mística, de las virtudes y no de los valores; tampoco de la búsqueda del bienestar, ni de la epojé idealista y fenomenológica, ni por supuesto de la evitación de la realidad; no de la apología de lo subjetivo (que está caído, ¡recordemos!, y por eso no hay subjetividad adámica sin subjetivismo).
Vendrá de un principio de reposo y de estabilidad, y no del gran remolino en que se mueve el Leviatán.
Vendrá de la tradición, no del progreso. Vendrá del ser, no del devenir. Vendrá del realismo hispánico, no del existencialismo franco-alemán. Vendrá de la primacía del conocimiento, no del voluntarismo. Vendrá del acervo, no de la ruptura ni de la novedad. Vendrá de la realeza social de Cristo, no del abandono de un orden social cristiano.
Vendrá de las ovejas y no de los lobos. Vendrá de la quietud y no del vértigo existencial. Vendrá de la doctrina de la Iglesia y no de 1789.
 
David Glez. Alonso Gracián