martes, 10 de marzo de 2020


 PRESENTACIÓN DEL ADMINISTRADOR:
Descubrimos este autor por referencia de Flavio Infante, es realmente una delicia de pluma y sus ideas un acierto enorme. Este es el primero de una larga tirada de "La Iglesia en el Maelstrom" que iremos publicando (el Maelstrom es un enorme remolino en el mar de Noruega que se forma por el choque de dos corrientes marinas, su traducción es "corriente trituradora", y que ha pasado a la literatura de la pluma de Verne y de Poe como un vórtice que lleva al infierno o centro de la tierra).   
   Tenemos una sola prevención con el ideario del autor , su amor por lo hispano - que compartimos- lo lleva a no distinguir convenientemente el "Traditum" Cristiano, y la "Tradición Hispana" , que fuera sin duda - esta última- el vehículo civilizador sobre el que se trasladó aquel Traditum durante tres siglos y con algunas esporádicas apariciones posteriores de las que somos nosotros - hispanoamericanos - testimonio válido  (sin duda permanece en su noble idioma mientras la revolución no logre destruirlo del todo). Pero debemos afirmar - para nuestro pesar- que la hispanidad es un recuerdo de algo que ha muerto irremediablemente, y que el catolicismo hispanista, como lo fuera el galicanista, paga hoy su pecado de atar la suerte del Mensaje a una nación, siendo España en nuestros días la menos "reaccionaria" y la más estéril de las hijas de la Iglesia. 
  La lucidez del autor hace que esta verdad que subrayo aparezca en sus escritos aún "malgré lui", y que vayamos descubriendo de a poco que en nuestros días el católico es un paria, un apátrida, un relegado social, y que esta es la prueba del siglo que transitamos.  


 La Iglesia en el Maelstrom, I: contracorriente

Alonso Gracián

Alonso Gracián
Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.

Alonso Gracián

1.- Ferendo vincam, sufriendo venceré.— El lema de Don Juan de Borja, tan clarividente, tiene sustancia. La pictura es elocuente: una roca que enfrenta la corriente y la resiste, sufriendo la potencia de sus olas. Tal es la situación de muchos católicos hoy día.
La solidez le viene a la roca de su densidad; para el cristiano, de la gracia, de la doctrina de siempre, de la ascética y la mística tradicionales.
La roca resiste la pujanza del Maelstrom, pero no por sí sola. La imaginamos con raíces, cual árbol pétreo, calando hasta lo profundo, cual causa segunda consciente de su papel, que es depender por completo de su Causa Primera. 
Ferendo vincam. Nos toca enfrentar la corriente, para no estar a su merced.

2.- Del acto principal.— De los dos actos que componen la virtud de la fortaleza, atacar y resistir, el principal y más difícil es resistir. Porque, contra lo que comúnmente se cree, «es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros» (Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, §325).
Resistir o soportar la muerte antes que abandonar el bien, de hecho, es el acto principal de la fortaleza (Cf. Santo Tomás, II, II, 124).
Nos interesa el aguante de la roca, que quiere prevalecer, permanecer en sí misma contra las fuerzas disolventes. Nos interesa la virtud del escollo que enfrenta al mundo, para que el mundo moderno tropiece contra su propio mal, que es su subjetivismo, su vértigo de muerte. Nos interesa, pues, no un principio de bienestar, sino de contradicción. No lo obtendremos de las fuerzas solas, sino del orden sobrenatural.

3.- ¿Adónde va el buey que no are?.— Dice un refrán castellano muy antiguo, como en La Celestina, IV, 154. No cabe eludirlo, que la empresa de plantar cara no tiene término; como el noble animal de labranza, en otros tiempos, que no eludía su labor, no quiera el católico zafarse del órdago, sino antes bien acometerlo; pues la respuesta refranada es clara:  a la carnicería o al matadero.
Sepa el católico que no tiene otra: toca arar de sol a sol la tierra del catolicismo; sembrar, de nuevo, el acervo de verdades, para que mañana alimente a las nuevas generaciones. Pues, ¿adónde iremos, de no hacerlo? A la carnicería de los demonios, al matadero de sus potestades.
La responsabilidad es clara, no hay forma de eludirla: llegado el tiempo de católica labranza, no ha lugar para modernidadesNullum otium servis, no hay descanso para los siervos. No puede esperar el Cristo Total; hay que servir al Depósito. Nuestra manera de servir será a hechura de la roca, que contra la corriente del Maelstrom se afirma con la ayuda de la gracia, y se dispone a sufrir resistiendo.

 Alonso Gracián