La Iglesia en el Maelstrom, I: contracorriente
Alonso Gracián

Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.
Alonso
Gracián,
1.- Ferendo vincam, sufriendo
venceré.— El lema de Don Juan de Borja, tan clarividente, tiene sustancia.
La pictura es elocuente: una roca que enfrenta la corriente y
la resiste, sufriendo la potencia de sus olas. Tal es la situación de muchos
católicos hoy día.
La solidez le viene a la roca de su densidad; para el cristiano, de la
gracia, de la doctrina de siempre, de la ascética y la mística tradicionales.
—La roca resiste la pujanza del Maelstrom, pero no por sí sola. La
imaginamos con raíces, cual árbol pétreo, calando hasta lo profundo, cual causa
segunda consciente de su papel, que es depender por completo de su Causa
Primera.
Ferendo vincam. Nos toca enfrentar la corriente, para no estar a su merced.
2.- Del acto principal.— De los dos actos que componen la
virtud de la fortaleza, atacar y resistir, el
principal y más difícil es resistir. Porque, contra lo que comúnmente se
cree, «es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho
mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros» (Royo
Marín, Teología de la perfección cristiana, §325).
—Resistir o soportar la muerte antes que abandonar el bien, de
hecho, es el acto principal de la fortaleza (Cf. Santo Tomás, II, II, 124).
Nos interesa el aguante de la roca, que quiere prevalecer, permanecer
en sí misma contra las fuerzas disolventes. Nos interesa la
virtud del escollo que enfrenta al mundo, para que el mundo moderno tropiece
contra su propio mal, que es su subjetivismo, su vértigo de muerte. Nos
interesa, pues, no un principio de bienestar, sino de contradicción. No lo
obtendremos de las fuerzas solas, sino del orden sobrenatural.
3.- ¿Adónde va el buey que no are?.— Dice un refrán
castellano muy antiguo, como en La Celestina, IV, 154. No cabe
eludirlo, que la empresa de plantar cara no tiene término;
como el noble animal de labranza, en otros tiempos, que no eludía su labor, no
quiera el católico zafarse del órdago, sino antes bien acometerlo; pues la
respuesta refranada es clara: a la carnicería o al
matadero.
Sepa el católico que no tiene otra: toca arar de sol a sol la
tierra del catolicismo; sembrar, de nuevo, el acervo de verdades, para que
mañana alimente a las nuevas generaciones. Pues, ¿adónde iremos, de no hacerlo?
A la carnicería de los demonios, al matadero de sus potestades.
La responsabilidad es clara, no hay forma de eludirla: llegado el tiempo de
católica labranza, no ha lugar para modernidades. Nullum
otium servis, no hay descanso para los siervos. No puede esperar el
Cristo Total; hay que servir al Depósito. Nuestra manera de servir será a
hechura de la roca, que contra la corriente del Maelstrom se afirma con la
ayuda de la gracia, y se dispone a sufrir resistiendo.
Alonso Gracián