lunes, 17 de febrero de 2020


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(En recuerdo de un difamador.)
LA CÓLERA DEL MEDIOCRE “¿POR QUÉ ME GOLPEAS?” (Juan 18,23)
Por Dardo J Calderón
    Desde los últimos números de la conservadora revista Verbo , Juan Fernando Segovia – con el aplauso y segura motivación de su mentor Miguel Ayuso-   nos ha hecho llegar (como una bocanada de mal aliento gestada en un interior de humores fétidos y amargos)  dos artículos llenos de desprecio hacia lo que nos es caro; el primero es una burla a la espiritualidad de la FSSPX  (comunitarismo) y el segundo una larga retaíla de insultos (herejía, deshonestidad, soberbia y otras linduras)  al R.P. Álvaro Calderón, teólogo de la mencionada Fraternidad; todo esto con la excusa de comentar el libro de este último: “El Reino de Dios”, cosa que no hizo, pero donde pudo injuriar a gusto para la guaranga diversión de sus compañones de resentimiento.

    Ha resultado para algunos – que no para nosotros-  sorprendente esta reacción que parece sobrevenir imprevistamente después de largos años en que ambos detractores (el chancho y el que lo alimenta), pero en especial el porcino argentino; que han sido asiduos huéspedes de la Fraternidad, convidados a la mesa, partícipes del brindis (como los traidores en la ópera clásica), recibidos en los claustros, invitados a disertar, aplaudidos  y felicitados. Todo esto  en la mayoría de los casos con la presencia del R.P. Calderón, quien en forma manifiesta ha expresado en todas esas ocasiones, en su cátedra, en sus sermones , en sus charlas y en sus escritos preliminares públicos y conocidos, esa, su doctrina política, que hoy ha venido a convertirse en libro. Y en todas esas ocasiones con un  trato más que respetuoso entre las partes hoy impugnantes, podría decirse que hasta amistoso y reverente, por lo que llama la atención que sin aviso previo hoy merezca los epítetos que se le arrojan por decir lo que mil veces escucharon chitón mientras sopaban en la ensaladera, y hasta lo citaron en algunos de sus artículos.  
    ¿Por qué hoy esta catarata de improperios? ¿Qué fue lo que los hizo compartir la comida y el vino de un hereje, soberbio y contumaz…  ayer mismo… entre galanterías… y hoy vomitar las viandas recibidas sobre él? ¿Qué ocurrió en tantas ocasiones con esa “comunidad” con la que participaron en variadas tertulias y de la que hoy se avergüenzan?  A la que consideran desperdiciada y envenenada por la prédica de aquellos  sacerdotes – discípulos del atacado-   que los invitaron buenamente a yantar de lo suyo, en comunión que creyeron tanto física como espiritual.
     Algunos simplemente se explican esta ingratitud porque todo ese derroche de buenos modales era fingido, y la falsedad de sus sentimientos los hace legítimamente exentos de la gratitud por lo recibido con sonrisa, pero a disgusto. Estaban allí, pero “malgré lui”.
     Las intenciones de estos personajes al acercarse a la FSSPX debo reconocer que no estaban ocultas ni secretas, eran  abiertas y declaradas con todo desparpajo en sus escritos (lo que pasa es que nadie los lee), y consistían   en promover un cambio mental en la espiritualidad de la FSSPX y sus fieles (además de otros grupos), pues esos curitas mostraban una orfandad de formación que les resultaba proverbial. Sin duda quedarían encantados con el aporte. El cambio que se propugnaba era para que salieran de  esa forma “obtusa” e infantil  de  las “comunidades sacrificiales”,  de rezos, procesiones y plegarias, y ya llevándolos en procesión a ellos mismos, se dedicaran a la formación universitaria de las élites que promoverían un nuevo “paradigma”; el que esbozaran en aquel famoso librito de factura colectiva: “Iglesia y Política. Cambiar de paradigma”, en el que se descubría el santo grial de todo el problema moderno.
      En dicha obra todo esto que hoy se dice groseramente, se decía igual aunque con mejores formas, y por tanto muy pocos lo leían (casi nadie ha leído al P. Devillers, pero todos saben que fue insultado por Ayuso y que yo luego insulté al eunuco africano).  En esencia, el cambio promovido era quitar de la FSSPX nada menos que su “lefebrismo”, al que Miguel Ayuso había definido como un “suicidio político” cuando celebrara las exequias de Gambra  y,  con eso, más el corregirse de ser franceses, el asunto se encarrilaría. Había esperanzas, no todo era tan bizarro, ya que se abrían nuevas posibilidades con el Motu Proprio de Benedicto XVI y el levantamiento de las excomuniones, asuntos que los hicieron acercarse con mejores pronósticos dado la apoyatura vaticana (Ya Verbo había dado durante años muestras claras de lamer culos pontificios al ponderar las doctrinas políticas de Juan Pablo II y Benedicto XVI). En esa obrita variopinta se daban las claves para no indigestarse con el Concilio Vaticano II y poder pasarlo con el remanido discurso “ayusiano” de que la “Revolución” no es un asunto anticristiano, sino sólo política, y que creer esto último es cavarse la fosa política cuando bien se puede rodear el obstáculo y a base de malentendidos mantener el timo de la obediencia papal.
     Sin duda alguna “toda” la obra del R.P. Calderón era un forúnculo en mala parte para las intenciones de esta “élite” que, bien analizada en cada uno de sus componentes, es más propiamente una Corte de los Milagros . Desde su “lefebrismo” extremo como único criterio de acertada prudencia, su condena total al Concilio al que no daba rodeos y pisoteaba con sus cuarenta y seis embarrados y, por último, su recordatorio de todos los principios que la política católica fue abandonando en esta sisa frente al mundo masón y democrático, todo por el miedo de no poder  “compartir los restos del banquete sucio” (que ya para estos y ahora,  ni siquiera se trata del poder, sino de la torpe caricia lúbrica universitaria y académica).
      Existían esperanzas de éxito como para tolerar por un tiempo al cura y a esa aldea de palurdos, aun tragando el sapo de sus monsergas “univocistas”, su acento sobre la “gracia” contra la natura elevada por  Salamanca (de la que seguro Ayuso – gran idólatra del conocimiento certificado -  posee dedicado algún galardón, medalla, toga, sombrero o pin)  y su “platonismo” negador de la clásica y aristotélica “prudencia”,  a la que acusaba de haber ido con los años  pareciéndose bastante al miedo (lo que tenía apoyatura probatoria en el tufo de los gregüescos de la intelectualidad neotomista), y que comenzaba ahora,  ya hace un siglo,  a tomar ribetes - con Maritain - de camándula de pillos sobrevivientes a costa de la alcahuetería de sus antiguos compañeros de andanzas maurrasianas. Todo ello regado de un humor un poco ingénuo y simplón propio del cura (al que su madre supo acusar de ser cultor de los teutones chistes de Fritz y Franz).  
     Por fin, acabada  la paciencia - telaraña con que se tejen las mejores conspiraciones - y sobre todo frente a lo magro del botín que se podía alcanzar, dio lugar al estallido y al exabrupto que hoy nos ocupa. Exabrupto que a nuestro ver proviene de una doble fuente. En primer lugar corren tiempos en que las posibilidades de una sabia influencia de esta élite universitaria sobre las duras cabezas de los curas de la  FSSPX no baraja posibilidades de éxito, simplemente creo que se hartaron del esfuerzo de besamanos y meapilas con los curas y, redondamente los mandaron  a pasear,  como lo venían deseando desde hace años pero que no pudieron porque tenían la boca llena. “¡Ufff!!!! ¡Que mal rayo los parta! ¡Que arrear con Curas es peor que con mulas!” (Cosas ambas en la que todo laico y todo buen criollo está de acuerdo, y que simplemente no se debe emprender)  
      Pero por otra parte, sin exagerar en malas interpretaciones,  hay que conceder en que esta monería implica en ellos una cierta actitud consecuente con “una forma de ser”, forma de ser que lleva tarde o temprano sin remedio a la reacción airada por encima de los cálculos y las estrategias,  y desemboca ineludiblemente en la rabia y en el insulto. No vayáis a confundir en que reconocemos en ellos una “pasión” ¡nada más lejos! sino que hablamos de un “vicio”. Me explico: así como  la ambición es pasión y la avaricia es vicio; hay ambiciones políticas que no por satánicas dejan de ser grandes; pero en política lo “conservador” es siempre vicio y nunca pasión. El pensamiento conservador es pequeño  y pusilánime, ante todo mediocre, y esto porque resulta refractario al reconocimiento del genio, la belleza,  la santidad y  la novedad. Cuatro cosas que sólo se descubren y se explican  desde la gracia: regalo y capricho Divino al que repudian con odio los mediocres tenaces y voluntariosos.
    ¡Que rabia indecible produce el genio a los pobres mediocres! ¡Que cataratas de espumarrajos salen de sus pastosas bocas de rumiantes de letras cuando apenas si asoma el santo!
       El mediocre es siempre un hombre culto conservador, al punto que podríamos alterar los factores sin variar el resultado: el “hombre culto y conservador” es siempre un mediocre. El simple bruto siempre amenaza con una nota extraordinaria. A Cristo lo siguieron varios brutos, pero lo condenaron los conservadores, los cultos hombres de prudencia. Y lo hicieron airados, encolerizados, porque era algo Nuevo, algo Genial, Bello y Santo. Y por ello lo insultaron, lo abofetearon y lo escupieron con mucha rabia que entendían justificada. Pero repito, no como la expresión de una pasión irrefrenable, sino como el resultado del vicio permanente de adorar lo mediocre y execrar lo extraordinario.
        Estos personajes desconfían hasta de la belleza física y se solazan en su fealdad, pues la naturaleza nos hace feos, siendo la belleza un atributo inmerecido otorgado por un dios burlón para bochorno de los comunes. De la misma manera  se vuelven locos  ante la audacia intelectual de quien ve la novedad de un hecho por efecto de una chispa divina “¡Tú eres el Cristo!” “¿Dónde encontraremos palabras de Vida?” y ellos, por el contrario, henchidos de cultura, devorados por los libros como por los piojos, levantando el índice acusador afirman que nada nuevo puede pensarse,  sino que es la tarea del intelecto el acumular como el avaro un pila de citas en respaldo, con nombres rimbombantes en el academicismo a los que no se puede contrariar, pues más vale repetir un viejo error que escandalizar con esa pirueta imprevista que muestra la gracia. Pueden ser hasta cristianos si ello implica seguir el curso de mil años de antecedentes; jamás lo serían si les hubiera tocado enfrentarse al Cristo histórico e incomprensible en aquel año de la Pasión. Pueden adorar a los santos hace mil años canonizados, pero les sería imposible reconocer a un santo que pasa a sus veras. No pueden ver la Novedad de hoy, la Novedad del Anticristo que se anuncia desde la Apostasía y que sólo pueden ver algunos con los ojos llenos de gracia y, desde esta perspectiva iluminada,  revisar la estulticia y la fealdad de los prudentes.
            ¡Natura antes que nada nos gritan! No les habléis de esa gracia que burla los cursus honorem, se cisca en las currículas, desehecha los posgrados y soplando donde quiere hace nacer mágicamente al genio, el  que aún sin quererlo y contra su misma intención  va marcando el off side de una generación que se sentía correcta y vestía de gabán verde y sombrero gris. Los que de sentados en las primeras filas de las cátedras son ahora mandados por el santo al rincón con orejas de burros. La rabia de la universidad de París contra La Doncella.
                “¡¡Mil veces maldito, hereje y soberbio!! Llévate de acá ese artilugio que burla al esfuerzo, déjanos a la natura, que aún avara y hasta cruel que ha sido con nuestras mentes y nuestros pobres cuerpos,  sigue siendo nuestra única amiga”.  Y así, sorprendentes devotos de esta ladina y mentirosa que en todo les ha fallado, muestran orondos sus deformidades, sus breves opúsculos de fatigada inteligencia, sus cortos ingenios logrados a fuerza de frases ajenas mil veces ensayadas, tratando de ocultar tras una imagen simpática la amargura de sus humores, que sin embargo cada tanto los traicionan y se hacen patentes cuando arremeten desbocados contra los agraciados.
                  ¡Oh mediocres y eunucos!, no vieron al Santo en Mons. Lefebvre, no vieron la Revolución en su evidencia anticristiana en el Concilio Vaticano II, no vieron la labor velada pero heroica de nuestras pequeñas comunidades en un mundo que se desgrana, fueron incapaces de entender la gloria del hogar, el amor de una hembra de verdad; no pudieron leer con fruto las reflexiones de la sabiduría frente a lo nuevo de la infamia. Pero no pueden dejar de encolerizarse porque otros lo vean, lo sientan y lo vivan. Todo en virtud de una rara vanidad, la vanidad de ser defectuosos, de ser naturales, pero de ser ELLOS.
                  No quiero decir con esto que estén solos - sin amor verdadero sin duda alguna una vez que murieron sus pobres madres - pero siempre rodeados de imbéciles adulones (que son la corte normal del mediocre)  y de aquellas matronas ya jubiladas de todo deseo carnal (fuera de las confituras) que en su cristiana virtud dedican algunas horas a los cotolengos (por haber superado esa tendencia desalmada y espartana de la natura que nos hace huir de los desgraciados).
               Resentida, ingrata  y biliosa es la querella del panfletista contra el buen Cura, llena de esa ironía amarga del impotente que le conocemos muchos, y que se burla y desprecia con la autoridad de quien se desprecia y se desagrada en su intimidad. Se jacta de no haber leído el libro en su totalidad mostrando que es solo en la extensión de sus obritas que alcanza  el máximo de sus capacidades intelectuales.  Cree burlarse cuando al nombrar los “colmos” del ensayo no hace otra cosa que recordarnos aciertos rotundos, desnudando en ello su ofuscamiento y necedad . Acusa de petulante usurpador de poderes a quien le propone un dulce y paternal gobierno de su pobre alma, al mismo tiempo que en prueba de independencia la lanza al garete por los lodos de la envidia. Mendigo ingrato que muerde la mano que lo alimenta resulta ser en sí mismo la mejor demostración de su desacierto, la de una naturaleza viciosa, irremontable, trunca, torcida y temblorosa, que quiere merecer por ser eso. Espero que no lo logre.