(En recuerdo de un difamador.)
LA CÓLERA DEL MEDIOCRE. “¿POR QUÉ ME GOLPEAS?” (Juan 18,23)
Por Dardo J Calderón
Desde los últimos
números de la conservadora revista Verbo , Juan Fernando Segovia – con el
aplauso y segura motivación de su mentor Miguel Ayuso- nos ha
hecho llegar (como una bocanada de mal aliento gestada en un interior de
humores fétidos y amargos) dos artículos
llenos de desprecio hacia lo que nos es caro; el primero es una burla a la
espiritualidad de la FSSPX
(comunitarismo) y el segundo una larga retaíla de insultos (herejía, deshonestidad,
soberbia y otras linduras) al R.P.
Álvaro Calderón, teólogo de la mencionada Fraternidad; todo esto con la excusa
de comentar el libro de este último: “El Reino de Dios”, cosa que no hizo, pero
donde pudo injuriar a gusto para la guaranga diversión de sus compañones de
resentimiento.
Ha resultado para
algunos – que no para nosotros- sorprendente esta reacción que parece
sobrevenir imprevistamente después de largos años en que ambos detractores (el
chancho y el que lo alimenta), pero en especial el porcino argentino; que han
sido asiduos huéspedes de la Fraternidad, convidados a la mesa, partícipes del
brindis (como los traidores en la ópera clásica), recibidos en los claustros,
invitados a disertar, aplaudidos y felicitados.
Todo esto en la mayoría de los casos con
la presencia del R.P. Calderón, quien en forma manifiesta ha expresado en todas
esas ocasiones, en su cátedra, en sus sermones , en sus charlas y en sus
escritos preliminares públicos y conocidos, esa, su doctrina política, que hoy
ha venido a convertirse en libro. Y en todas esas ocasiones con un trato más que respetuoso entre las partes hoy
impugnantes, podría decirse que hasta amistoso y reverente, por lo que llama la
atención que sin aviso previo hoy merezca los epítetos que se le arrojan por
decir lo que mil veces escucharon chitón mientras sopaban en la ensaladera, y
hasta lo citaron en algunos de sus artículos.
¿Por qué hoy esta
catarata de improperios? ¿Qué fue lo que los hizo compartir la comida y el vino
de un hereje, soberbio y contumaz… ayer
mismo… entre galanterías… y hoy vomitar las viandas recibidas sobre él? ¿Qué
ocurrió en tantas ocasiones con esa “comunidad” con la que participaron en variadas
tertulias y de la que hoy se avergüenzan?
A la que consideran desperdiciada y envenenada por la prédica de aquellos
sacerdotes – discípulos del
atacado- que los invitaron buenamente a yantar de lo
suyo, en comunión que creyeron tanto física como espiritual.
Algunos simplemente se explican esta
ingratitud porque todo ese derroche de buenos modales era fingido, y la
falsedad de sus sentimientos los hace legítimamente exentos de la gratitud por lo
recibido con sonrisa, pero a disgusto. Estaban allí, pero “malgré lui”.
Las intenciones
de estos personajes al acercarse a la FSSPX debo reconocer que no estaban
ocultas ni secretas, eran abiertas y
declaradas con todo desparpajo en sus escritos (lo que pasa es que nadie los
lee), y consistían en promover un cambio mental en la
espiritualidad de la FSSPX y sus fieles (además de otros grupos), pues esos curitas
mostraban una orfandad de formación que les resultaba proverbial. Sin duda
quedarían encantados con el aporte. El cambio que se propugnaba era para que salieran
de esa forma “obtusa” e infantil de las “comunidades
sacrificiales”, de rezos, procesiones y
plegarias, y ya llevándolos en procesión a ellos mismos, se dedicaran a la
formación universitaria de las élites que promoverían un nuevo “paradigma”; el que
esbozaran en aquel famoso librito de factura colectiva: “Iglesia y Política.
Cambiar de paradigma”, en el que se descubría el santo grial de todo el
problema moderno.
En dicha obra
todo esto que hoy se dice groseramente, se decía igual aunque con mejores
formas, y por tanto muy pocos lo leían (casi nadie ha leído al P. Devillers,
pero todos saben que fue insultado por Ayuso y que yo luego insulté al eunuco africano). En esencia, el cambio promovido era quitar de
la FSSPX nada menos que su “lefebrismo”, al que Miguel Ayuso había definido
como un “suicidio político” cuando celebrara las exequias de Gambra y, con
eso, más el corregirse de ser franceses, el asunto se encarrilaría. Había
esperanzas, no todo era tan bizarro, ya que se abrían nuevas posibilidades con
el Motu Proprio de Benedicto XVI y el levantamiento de las excomuniones,
asuntos que los hicieron acercarse con mejores pronósticos dado la apoyatura
vaticana (Ya Verbo había dado durante años muestras claras de lamer culos
pontificios al ponderar las doctrinas políticas de Juan Pablo II y Benedicto
XVI). En esa obrita variopinta se daban las claves para no indigestarse con el
Concilio Vaticano II y poder pasarlo con el remanido discurso “ayusiano” de que
la “Revolución” no es un asunto anticristiano, sino sólo política, y que creer
esto último es cavarse la fosa política cuando bien se puede rodear el
obstáculo y a base de malentendidos mantener el timo de la obediencia papal.
Sin duda alguna
“toda” la obra del R.P. Calderón era un forúnculo en mala parte para las
intenciones de esta “élite” que, bien analizada en cada uno de sus componentes,
es más propiamente una Corte de los Milagros . Desde su “lefebrismo” extremo
como único criterio de acertada prudencia, su condena total al Concilio al que
no daba rodeos y pisoteaba con sus cuarenta y seis embarrados y, por último, su
recordatorio de todos los principios que la política católica fue abandonando
en esta sisa frente al mundo masón y democrático, todo por el miedo de no poder
“compartir los restos del banquete
sucio” (que ya para estos y ahora, ni
siquiera se trata del poder, sino de la torpe caricia lúbrica universitaria y
académica).
Existían
esperanzas de éxito como para tolerar por un tiempo al cura y a esa aldea de
palurdos, aun tragando el sapo de sus monsergas “univocistas”, su acento sobre
la “gracia” contra la natura elevada por
Salamanca (de la que seguro Ayuso – gran idólatra del conocimiento certificado
- posee dedicado algún galardón,
medalla, toga, sombrero o pin) y su
“platonismo” negador de la clásica y aristotélica “prudencia”, a la que acusaba de haber ido con los
años pareciéndose bastante al miedo (lo
que tenía apoyatura probatoria en el tufo de los gregüescos de la
intelectualidad neotomista), y que comenzaba ahora, ya hace un siglo, a tomar ribetes - con Maritain - de camándula
de pillos sobrevivientes a costa de la alcahuetería de sus antiguos compañeros
de andanzas maurrasianas. Todo ello regado de un humor un poco ingénuo y
simplón propio del cura (al que su madre supo acusar de ser cultor de los
teutones chistes de Fritz y Franz).
Por fin, acabada la paciencia - telaraña con que se tejen las
mejores conspiraciones - y sobre todo frente a lo magro del botín que se podía
alcanzar, dio lugar al estallido y al exabrupto que hoy nos ocupa. Exabrupto que
a nuestro ver proviene de una doble fuente. En primer lugar corren tiempos en
que las posibilidades de una sabia influencia de esta élite universitaria sobre
las duras cabezas de los curas de la FSSPX no baraja posibilidades de éxito,
simplemente creo que se hartaron del esfuerzo de besamanos y meapilas con los
curas y, redondamente los mandaron a
pasear, como lo venían deseando desde
hace años pero que no pudieron porque tenían la boca llena. “¡Ufff!!!! ¡Que mal rayo los parta! ¡Que
arrear con Curas es peor que con mulas!” (Cosas ambas en la que todo laico
y todo buen criollo está de acuerdo, y que simplemente no se debe emprender)
Pero por otra
parte, sin exagerar en malas interpretaciones, hay que conceder en que esta monería implica
en ellos una cierta actitud consecuente con “una forma de ser”, forma de ser
que lleva tarde o temprano sin remedio a la reacción airada por encima de los
cálculos y las estrategias, y desemboca
ineludiblemente en la rabia y en el insulto. No vayáis a confundir en que reconocemos
en ellos una “pasión” ¡nada más lejos! sino que hablamos de un “vicio”. Me
explico: así como la ambición es pasión
y la avaricia es vicio; hay ambiciones políticas que no por satánicas dejan de
ser grandes; pero en política lo “conservador” es siempre vicio y nunca pasión.
El pensamiento conservador es pequeño y
pusilánime, ante todo mediocre, y esto porque resulta refractario al
reconocimiento del genio, la belleza, la
santidad y la novedad. Cuatro cosas que
sólo se descubren y se explican desde la
gracia: regalo y capricho Divino al que repudian con odio los mediocres tenaces
y voluntariosos.
¡Que rabia
indecible produce el genio a los pobres mediocres! ¡Que cataratas de
espumarrajos salen de sus pastosas bocas de rumiantes de letras cuando apenas
si asoma el santo!
El mediocre es siempre un hombre culto
conservador, al punto que podríamos alterar los factores sin variar el
resultado: el “hombre culto y conservador” es siempre un mediocre. El simple
bruto siempre amenaza con una nota extraordinaria. A Cristo lo siguieron varios
brutos, pero lo condenaron los conservadores, los cultos hombres de prudencia.
Y lo hicieron airados, encolerizados, porque era algo Nuevo, algo Genial, Bello
y Santo. Y por ello lo insultaron, lo abofetearon y lo escupieron con mucha
rabia que entendían justificada. Pero repito, no como la expresión de una
pasión irrefrenable, sino como el resultado del vicio permanente de adorar lo
mediocre y execrar lo extraordinario.
Estos
personajes desconfían hasta de la belleza física y se solazan en su fealdad, pues
la naturaleza nos hace feos, siendo la belleza un atributo inmerecido otorgado
por un dios burlón para bochorno de los comunes. De la misma manera se vuelven locos ante la audacia intelectual de quien ve la
novedad de un hecho por efecto de una chispa divina “¡Tú eres el Cristo!”
“¿Dónde encontraremos palabras de Vida?” y ellos, por el contrario, henchidos
de cultura, devorados por los libros como por los piojos, levantando el índice
acusador afirman que nada nuevo puede pensarse,
sino que es la tarea del intelecto el acumular como el avaro un pila de
citas en respaldo, con nombres rimbombantes en el academicismo a los que no se
puede contrariar, pues más vale repetir un viejo error que escandalizar con esa
pirueta imprevista que muestra la gracia. Pueden ser hasta cristianos si ello
implica seguir el curso de mil años de antecedentes; jamás lo serían si les
hubiera tocado enfrentarse al Cristo histórico e incomprensible en aquel año de
la Pasión. Pueden adorar a los santos hace mil años canonizados, pero les sería
imposible reconocer a un santo que pasa a sus veras. No pueden ver la Novedad
de hoy, la Novedad del Anticristo que se anuncia desde la Apostasía y que sólo
pueden ver algunos con los ojos llenos de gracia y, desde esta perspectiva
iluminada, revisar la estulticia y la
fealdad de los prudentes.
¡Natura
antes que nada nos gritan! No les habléis de esa gracia que burla los cursus
honorem, se cisca en las currículas, desehecha los posgrados y soplando donde
quiere hace nacer mágicamente al genio, el que aún sin quererlo y contra su misma
intención va marcando el off side de una
generación que se sentía correcta y vestía de gabán verde y sombrero gris. Los
que de sentados en las primeras filas de las cátedras son ahora mandados por el
santo al rincón con orejas de burros. La rabia de la universidad de París
contra La Doncella.
“¡¡Mil veces maldito, hereje y soberbio!!
Llévate de acá ese artilugio que burla al esfuerzo, déjanos a la natura, que
aún avara y hasta cruel que ha sido con nuestras mentes y nuestros pobres
cuerpos, sigue siendo nuestra única amiga”. Y así, sorprendentes devotos de esta ladina y
mentirosa que en todo les ha fallado, muestran orondos sus deformidades, sus breves
opúsculos de fatigada inteligencia, sus cortos ingenios logrados a fuerza de
frases ajenas mil veces ensayadas, tratando de ocultar tras una imagen
simpática la amargura de sus humores, que sin embargo cada tanto los traicionan
y se hacen patentes cuando arremeten desbocados contra los agraciados.
¡Oh
mediocres y eunucos!, no vieron al Santo en Mons. Lefebvre, no vieron la
Revolución en su evidencia anticristiana en el Concilio Vaticano II, no vieron
la labor velada pero heroica de nuestras pequeñas comunidades en un mundo que
se desgrana, fueron incapaces de entender la gloria del hogar, el amor de una
hembra de verdad; no pudieron leer con fruto las reflexiones de la sabiduría
frente a lo nuevo de la infamia. Pero no pueden dejar de encolerizarse porque
otros lo vean, lo sientan y lo vivan. Todo en virtud de una rara vanidad, la
vanidad de ser defectuosos, de ser naturales, pero de ser ELLOS.
No
quiero decir con esto que estén solos - sin amor verdadero sin duda alguna una
vez que murieron sus pobres madres - pero siempre rodeados de imbéciles
adulones (que son la corte normal del mediocre)
y de aquellas matronas ya jubiladas de todo deseo carnal (fuera de las
confituras) que en su cristiana virtud dedican algunas horas a los cotolengos
(por haber superado esa tendencia desalmada y espartana de la natura que nos
hace huir de los desgraciados).
Resentida, ingrata y biliosa es
la querella del panfletista contra el buen Cura, llena de esa ironía amarga del
impotente que le conocemos muchos, y que se burla y desprecia con la autoridad
de quien se desprecia y se desagrada en su intimidad. Se jacta de no haber
leído el libro en su totalidad mostrando que es solo en la extensión de sus obritas
que alcanza el máximo de sus capacidades
intelectuales. Cree burlarse cuando al
nombrar los “colmos” del ensayo no hace otra cosa que recordarnos aciertos
rotundos, desnudando en ello su ofuscamiento y necedad . Acusa de petulante
usurpador de poderes a quien le propone un dulce y paternal gobierno de su
pobre alma, al mismo tiempo que en prueba de independencia la lanza al garete
por los lodos de la envidia. Mendigo ingrato que muerde la mano que lo alimenta
resulta ser en sí mismo la mejor demostración de su desacierto, la de una
naturaleza viciosa, irremontable, trunca, torcida y temblorosa, que quiere
merecer por ser eso. Espero que no lo logre.